Avatar: indios azules en 3D.
Después de 10 años de ardua preparación se estrena, tras el mega-éxito de “Titanic”, la última película de James Cameron, que ha sido publicitada enfáticamente como la ‘última revolución del cine’.
No vamos a entrar en el capítulo técnico de una producción 3D ya que la hemos visto en una pantalla convencional. En ese aspecto solo hemos podido apreciar haber algunas mejoras como la captura del movimiento o las texturas.
Lamentablemente la historia es un remedo de películas de indios del tipo de “Bailando con lobos”, en la que un vaquero blanco se integra en una tribu para acabar salvándola. Pese al ropaje de ciencia ficción, todo sabe a mil veces visto en el argumento, las anécdotas, la caracterización de los personajes, etc. Las peripecias de un marine en un planeta selvático poblado por unos estilizados elfos azules no ofrece ni personajes creíbles ni exóticos misterios, solo excusas para acción.
Por otro lado resulta curioso que cuanto Cameron más exhibe su músculo tecnológico, más ecologista y primitivista sea el mensaje, en una deriva mística new age en torno a una Gaia alienígena bastante simplista.
Resulta increíble que después de los muchos millones de dólares gastados, la única novedad destacable sea la exuberante ambientación hiperrealista del planeta, pero que la cinta esté plagada de anacronismos y absurdos científicos elementales.
Para los niños acostumbrados a los videojuegos, “Avatar” puede resultar un carrusel de sensaciones visuales; para el resto, aunque tengamos alma de niño, un entretenimiento regular tirando a aburrido.
Más le habría valido a Cameron, antes de encerrarse en el laboratorio informático, leerse “El nombre del mundo es bosque” de Ursula K. Le Guin, revisar los clásicos de aventuras con ánimo de aprender y preparar un guión decente.
En fin, parece que Cameron no era el elegido para revolucionar el cine, aunque quizá sí la publicidad de la industria del cine…
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