blinddead, diseño de Rotten Cotton.
La recuperación de la (sub)cultura zombi
LOS ZOMBIS SALEN DE NUEVO DE SUS TUMBAS PARTE 2
Entre tanto, sigue habiendo espacio para el laboratorio de la serie Z con películas de nazis zombis tipo “Outpost” (Steven Barker, 2007), el splastick de soft porno “Zombi Strippers” (Jay Lee, 2008) y hasta el porno-gore de “Sexo mortal” (Rob Roten, 2007).
En esta ocasión, el revival zombi viene reforzado desde la literatura, con la serie novelística “Autum” de David Moody -cuya versión cinematográfica firmará Marc Foster- y “Guerra Mundial Z”, de Max Brooks, cuyo célebre “Manual de supervivencia zombi” es un modelo de ensayo fake. Hasta Stephen King en “Cell” ha dado un vuelco al género, presentando un nuevo paradigma de zombi postmarxista, que ya leído a Howard Rheingold y Toni Negri, y trasmuta la masa gimiente en multitudes conectadas.
La moda zombi abarca todas las artes, desde el cómic del Zombiverso Marvel e ilustradores como Robert Kirkman, Vincent Locke y Warren Ellis al Deathmetal de voces rotas de Cannibal Corpse, Mortician o Impetigo. Y por supuesto, internet, el refugio de la zombiología, con webs como zombiblogia o zomicz, donde circulan ensayos tan sugerentes como “Zombis: subgénero resucitado” de R. Chas o “El cine zombi moderno” de F. J. Corral.
Por otra parte, el arte contemporáneo renueva su interés por el fenómeno de la muerte, más allá de la vanitas de lujo de Damien Hirst “¡Por el amor de Dios!” o el “Contador de muertos” de Santiago Sierra, en potentes ciclos expositivos como “Cuatricomía de la muerte” (CAAM, 2008). El arte moderno que, al menos en su vertiente expresionista, nació como una la evocación de los ‘muertos vivientes’ en “El grito” de Munch (basado en una momia peruana), se ha vinculado con la iconografía zombi a través del teatro del absurdo, en las figuras de John Davies, las performances sangrientas de Günter Brus, el teatro de la muerte de Tadeusz Kantor o en el espectáculo de danza “May B” de Maguy Marin.
El humilde zombi proletario ha adquirido madurez simbólica y pedigrí estético, incorporándose al panteón del horror, junto a viejos clásicos como Drácula o Frankenstein, en la sección moderna, a la vera del alienígena y el robot. Ha ido caminado lentamente a través de la subcultura del terror y la ciencia ficción en estos 40 años -impulsado por el frikismo e internet- hasta convertirse en emblema de (pos)modernidad. Su vigencia se explica porque representa los miedos de nuestro tiempo desde una salvaje, dionisíaca, perspectiva crítica. Empezó como crítica del racismo y del consumismo, de la guerra de Vietnam y de la energía nuclear; tras el 11-S, del que surgieron tambaleantes ejecutivos cubiertos de hollín, se convirtió en una visión descarnada del sida, de la inmigración y del terrorismo islámico.
El zombi ha adquirido su mayoría de edad al presentar su propio perfil político -su ambivalencia como víctima y enemigo-, al tiempo que metaforiza el fracasado propósito de la tecnología de crear vida de la muerte: al final, solo nos queda una mortalidad sin trascendencia o la falsa inmortalidad de las terapias transgénicas. La (sub)cultura zombi se ha convertido en nuestro contemporáneo ars moriendi (arte de la muerte), nuestra versión hiperpolítica de las medievales danzas de la muerte.
Todos somos, en cierta manera, zombis, muertos vivientes que malvivimos de trabajos alienantes bajo la amenaza del Estado y el Capital, y por ello participamos en las festivas y catárticas marchas zombi del próximo Apocalipsis -como el Día del Orgullo Zombi- que desde 2003 se celebran de Nueva York a Barakado, al grito de: “Zombis del mundo: unámonos todos”.
Los zombis atacan de nuevo, atacamos de nuevo…¡Larga vida a los muertos vivientes!
Publicado en el suplemento MUGALARI de Gara. 22.1.2009
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